19 oct 2014

A MODO DE PINCELADA….

Este sencillo artículo llegará a sus manos el día del DOMUND. Palabra y fecha familiar en nuestras comunidades cristianas, devaluada en ocasiones por la resonancia material, muy generosa en el pasado inmediato, debilitada en la actualidad. Pero este domingo tiene magia, la magia del Día del Señor, de la comunidad y la magia que le imprimen millones de personas cubiertos por un paraguas genérico: los misioneros-as. Con una invitación clara este año: renace la alegría.

El papa Francisco, desde los inicios de su andadura en la tarea de Pedro, con sorprendentes gestos de alegría, ha roto esquemas y traspasado las fronteras de la misión poniéndola en el corazón de la Iglesia. La misión no se reduce a países, sino que se abre a colectivos humanos en cualquier lugar de la tierra, todos somos agentes y destinatarios de la misión. No hay duda de que el mensaje fundamental de la Exhortación Apostólica, La alegría del Evangelio, es la llamada al compromiso misionero. La misión nace de haberse encontrado con Jesucristo. Es imposible haberse encontrado con Él y no ser misionero. Jesucristo es el gran misionero del Padre y nosotros somos misioneros en el misionero. En esta exhortación está latente en muchos párrafos y en sus citas otro documento que tiene el aroma de su mano, pues fue uno de los redactores finales, me refiero al documento de Aparecida (DA)…La iglesia encuentra su identidad en la misión y los cristianos somos misioneros por naturaleza:
«La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás» (DA 360). Cuando la iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión» (DA 360

Quisiera, a modo de pincelada, con el recuerdo emocionado y agradecido de Miguel Pajares y de Manolo García, victimas del letal Ébola, fijarme en uno de los secretos de la Misión de Jesús encomendada a la iglesia: los empobrecidos de la tierra. No es opcional, es constitutivo. Bueno honestamente creo que extensible a todas las tradiciones religiosas y a todas las espiritualidades de la tierra: sin amor a los empobrecidos no hay sintonía con lo divino.

“El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad” (EvGaud 177). Ahora quisiera compartir mis inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora” (EvGaud 176)

En cuanto a la caridad y el compromiso por la justicia con los pobres, para Francisco los pobres son su obsesión porque lo son para el Evangelio de Dios, Jesucristo. El Papa no admite espiritualizaciones de la realidad de los pobres que evite hablar que se trata de excluidos sociales; ni admite solidaridades que no se traduzcan en ser pueblo-gente con los más vulnerables y débiles de cada lugar; se trata de vivir con ellos y como ellos, amarlos con la hondura de Jesús, y empeñarse en su inclusión social contra la inequidad estructural que los margina y excluye.

Si la iglesia, si los cristianos todos, si los evangelizadores más cualificados, no aciertan a coger esta preferencia existencial y teologal, moral y política, también, no hay evangelización cristiana, ni futuro eclesial que merezca la pena. La radicalidad de la Exhortación en esta condición social de la evangelización, desde, con y para los pobres, es tan rotunda que difícilmente nadie la esperaba.
Esta es la travesía que nos ha tocado realizar, por este mundo europeo. Nuestras comunidades y parroquias debilitadas por el paso del tiempo y ausentes de una verdadera dimensión y animación laical y misionera, solamente afrontaran el desafío de la evangelización abrazadas al mástil de los empobrecidos, sembrados en un mundo donde la Esperanza pelea fuertemente con la apatía y la Caridad con la indiferencia de millones de personas que no “necesitan” a Dios. Entre las cuales a veces y lamentablemente, amados lectores igual nos encontramos ustedes y yo. Esperemos que no….

Julio Falagán Delegado diocesano de Misiones
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