18 oct 2012

OCTUBRE MISIONERO III



Hace ya algunos años, una película argentina titulada “Un lugar en el mundo”, revelaba que cada uno de nosotros tiene un lugar en el mundo del cual nunca puede irse. La vocación personal revela mi lugar en el mundo.  Sólo  puede  percibirse con los ojos del  corazón. Este camino único, que me identifica, no me aparta de los otros sino que me invita a entrar en comunión con ellos...
Si  algo  interesante podemos intentar en la animación misionera, es facilitar  que  algunas  personas jóvenes - o no tanto- se inquieten en esta búsqueda.
La  vocación  personal  está más allá de las tareas de cada momento, más allá de  las  misiones  recibidas. Es más bien, el hilo con ductor que las unifica a todas. Es más íntima que la vocación religiosa  o  laical. Es el alma que anima toda vocación  posterior.  Es  la fuente de todo acto, de todo  gesto, de toda palabra. Revela la identidad más profunda.
Sólo a modo de ejemplo  la  vocación  de Francisco de Asís, fue la pobreza  y  la  fraternidad  universal. La vocación personal es la forma por la que Dios se revela al mundo a través de cada persona. Quiero  entender  que cuando hablamos de vocación  misionera  las  cosas van por acá.
Una persona “se convierte” en misionero cuando percibe que no se pertenece, cuando  descentrado de sí, busca establecer  la  verdadera  comunión con Dios, con las personas y con las cosas. Percibe que se debe al Otro y a los otros, que ha sido expropiado, que su lugar en el mundo es vivir para el otro independientemente de las tareas concretas que realice y don de las realice.  Sin  olvidar  la  búsqueda apasionada por los últimos,  por los pequeños y empobrecidos, por las presencias más urgentes y sufridas, por las personas desconocedoras  de  la  divinidad que les habita. Se es misionero y no se puede dejar de serlo.
Esta dimensión se vive en la interioridad, en la misión y es la fuente de la  comu- nión  universal. Esto que en su plenitud lo identificamos con Cristo: abrirse al Padre para darse a los hermanos, estamos  llamados  a  vivirlo cada ser humano, independientemente de nuestra cultura o tradición religiosa. Es muy fuer te cuando  una  persona  se percibe  llamada  a  ser cauce de encuentro amoroso   ternura  divina   entre Dios y la humanidad.  Posiblemente  por  ahí vaya la misión.

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