16 oct 2012

OCTUBRE MISIONERO II

Hace ya algunos años, una película argentina titulada “Un lugar en el mundo”, revelaba que cada uno de nosotros tiene un lugar en el mundo del cual nunca puede irse. La vocación personal revela mi lugar en el mundo. Sólo puede percibirse con los ojos del corazón. Este camino único, que me identifica, no me aparta de los otros sino que me invita a entrar en comunión con ellos. Si algo interesante podemos intentar en la animación misionera, es facilitar que algunas personas- jóvenes o no tanto- se inquieten en esta búsqueda.
La vocación personal está más allá de las tareas de cada momento, más allá de las misiones recibidas. Es más bien, el hilo conductor que las unifica a todas. Es más íntima que la vocación religiosa o laical. Es el alma que anima toda vocación posterior. Es la fuente de todo acto, de todo gesto, de toda palabra. Revela la identidad más profunda. Sólo a modo de ejemplo la vocación de Francisco de Asís, fue la pobreza y la fraternidad universal. La vocación personal es la forma por la que Dios se revela al mundo a través de cada persona.
Quiero entender que cuando hablamos de vocación misionera las cosas van por acá. Una persona “se convierte” en misionero cuando percibe que no se pertenece. Cuando descentrado de si busca establecer la verdadera comunión con Dios, con las personas y con las cosas. Percibe que se debe al Otro y a los otros, que ha sido expropiado, que su lugar en el mundo es vivir para el otro independientemente de las tareas concretas que realice y donde las realice. Sin olvidar la búsqueda apasionada por los últimos, por los pequeños y empobrecidos, por las presencias más urgentes y sufridas, por las personas desconocedoras de la divinidad que les habita. Se es misionero y no se puede dejar de serlo. Esta dimensión se vive en la interioridad, en la misión y es la fuente de la comunión universal.
Esto que en su plenitud lo identificamos con Cristo: abrirse al Padre para darse a los hermanos, estamos llamados a vivirlo cada ser humano, independientemente de nuestra cultura o tradición religiosa. Es muy fuerte cuando una persona se percibe llamada a ser cauce de encuentro amoroso- ternura divina- entre Dios y la humanidad. Posiblemente por ahí vaya la misión.

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